martes, 26 de marzo de 2013

Mis musas antiguas




Los rayos del sol son capaces de atravesar cualquier ranura,
de ayudar a oxidar los hierros,
de ayudar a crecer las plantas.

Pero no puede atravesar muros, ni puertas cerradas, ni un cielo cubierto de nubes negras.
Ayuda a vivir, pero no es lo único imprescindible para la vida.

Me recuerda a ti, a la luz que reflejas con tu presencia, a los atisbos de tu ser que dejas conocer siempre a medias, a cuando me enseñaste a que no debía prescindir de ti ni que eras con quien debía de compartir parte de mi vida.

Aparecías, ayudándome a promover la vida, como el sol, ambos me dabais la energía que necesitaba para estar feliz, prefería prescindir incluso a veces de la comida, del agua, de dormir, si sabía que ibais a permanecer ahí junto a mí.

Pero eso nunca ocurría porque siempre había muros entre el sol y yo que no permitían recibir sus rayos.
Siempre había muros entre tú yo, que era imposible rebasarlos.
Y creía que dependía siempre de vosotros para sobrevivir, y creía que vuestra luz era la que me encendía de vida.

Pero siempre había días lluviosos en los que el sol no traspasaba la luz, dejando solo gotas de lluvia y colores grises en el cielo tildando la tierra de melancolía y encuentros.
Siempre había días en los que tu indiferencia me hacía sentir vacía, derramando lágrimas creyendo que si no te tenía la vida carecía de sentido.

Pero aprendí a vivir días enteros sin ser rozada por un mínimo atisbo de rayo de sol.
Aprendí a vivir también sin tus besos, sin tus caricias, y sin el brillo del que se llenaban mis ojos al ver los tuyos.
Aprendí a vivir conmigo, sin nada más.

Y en eso estoy, haciendo comparaciones absurdas sobre tú y el sol aún, aunque ya no seáis imprescindibles en mi vida, me ayudasteis a mantenerla.

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