sábado, 15 de diciembre de 2012

Tiempo muerto

Córtate con un cuchillo varias líneas en el cuerpo hasta que derramen un poco de sangre como si quisieras expirar tu desasosiego por ellas.
Échales limón y sal, escuece, grita.
Apriéta con tus frágiles manos el dolor que te produce como si pudieras aliviarlo, pero no lo conseguirás.
No lo conseguirás al igual que no lo conseguirás si la herida es del alma.
Puede escocer y dolerte, pero por mucho que intentes buscar la parte clave para aliviarla, no lo encuentras, porque no existe. No existe el botón de reset que pudiera borrarlo todo y empezar de cero. No existe el medicamento certero que te restablezca farmacológicamente las heridas mentales que te ha producido el dolor.

Te queda el asumir el dolor, cuando asumes el sentimiento y aquello que te enfrasca en ti, cuando lo aceptas y lo haces parte de ti, es cuando desaparece.

A veces nos volvemos loco, encontrando la solución a nuestro problema fervientemente, puesto que nos hace daño, o nos encontramos muy perdidos, y no sabemos qué camino tomar.

Podemos hablar con alguien, pegarnos contra la pared o pasar las tardes enteras llorando viendo películas de amor.

Que cuando llegue la noche, seguiremos con la misma confusión.

A no ser, que te hayas mirado al espejo, te hayas reconocido a ti, a tu valor, a tu camino y lucha por estar mejor.
Hayas visto la parte buena de ti, lo que podrías ser si no te hubieras estancado ahí.
Y entonces empieza a teñirse de colores el cristal, reflejando en ti, de nuevo, una sonrisa.

Y vuelves a abrazar la almohada de nuevo esa noche, y a suspirar, pero esta vez de alivio.
Y vuelves a soñar, esta vez, sola, pero no menos feliz que con él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario