jueves, 12 de febrero de 2015

Espinas

Hay espinas que no tienen punta, que no se ven, que no son pequeñas o que no nacen del tallo de las flores.

Hay espinas nobles, que no duelen, pudiendo moldearlas a su antojo.
Hay espinas duras y gruesas que dejan señales siempre a lo largo del tiempo.

Hay espinas de las que te da miedo tocar a distancia, parece que pinchan con solo mirarlas.
Otras de las que apetece tocarlas, porque son blandas, agradables, moldeables.

Negras, verdes, incoloras.

Las peligrosas no son aquellas que  te da miedo tocar por su dureza y grosor.
Las peligrosas son aquellas que se esconden, que son invisibles, que se escapan al tacto o a la vista, manejándose por doquier por donde ellas quieran.

Esas que se introducen dentro de ti, que te tocan el corazón, el alma, los pensamientos, la cabeza.

Esas que una vez que se introducen hacen daño y no puedes hacerlas desaparecer, porque se incrustan queriéndose quedar a vivir alterando tu armonía y no tienen forma ni figura.

Esas son de las que realmente hay que huir, pero no hay pinzas de su medida, no técnica para encontrar la salida.

Solo queda resistir, y si es posible, evitarlas antes de tiempo, porque éstas si que dan miedo una vez que se incrustan no quieren volver a salir, dejando todo el recorrido lleno de cicatrices.

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