Espectáculo,
como la canción de Iván Ferreiro.
Actúas bien sin ser actor,
encandilas, haciendo que todo el mundo
pose sus oídos y atención cada vez que dices algo.
No sé la medida de tu magnetismo,
ni ante cuantos representas también la
obra.
Luego, el conocerte mejor, no existe.
Es como que si fueras sólo el papel
que representas toda tu vida y no existe nada más, eso, o que hace
tiempo que no le das pie a abrir tú yo, y solo vemos el actor sin
serlo que encandila como si de una bomba atómica se tratara por
donde quiera que pasa.
Pero luego, llega el momento de la
verdad. No quiere citas íntimas, se pone nervioso.
No conoce que la vida es más que una
obra, o al menos, es más real que la que él representa.
Pero le da miedo, y le huye.
No sabe la diferencia entre actuación
y realidad, acción de verdad.
Viendo ya detrás de esos ojos
fulgurantes una barrera impasible a poder sentir algo.
Un miedo a lo que no quiere que ocurra,
y yo, ya no veo el chico que destella simpatía y magnetismo,
derrochando encanto. Y yo, ya no veo ese espectáculo que veía
posado ante mis ojos cada vez que él aparecía. Ahora veo el chico
inocente que no sabe nada de la vida.
Sino sabe nada del amor, se pierde, la
parte más maravillosa de la vida, y eso no existe en ningún guión,
ni en ninguna obra de teatro. Está abajo, en el corazón, y ahí que
dejarlo sentir para experimentarlo.
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