No
venía a tu guarida desde aquel día en que mis oportunidades
quedaron desbancadas al ver que ya en la cama otra tenías.
Cuando
las heridas, en carne viva, no soportaban ya ni un soplo de aire.
Pasó
toda mi piel a estar inerte, tus caricias eran ya dagas que cruzadas
me hacían gritar que por qué ya no me quieres.
A
todos los relojes se les detuvieron los segunderos, parándose así
el tiempo en el momento exacto en que una parte de mí murió.
Cualquier
sombra en la más oscura niebla creía que eras tú, imaginándome
que volvías.
Pero
ya ni el azul despejado del cielo me sonreía.
El
mundo era un abrumador silencio sino escuchaba tu voz, ningún rostro
obtuvo mi reconocimiento sino estaban tus ojos tras ellos, los
ruiseñores ya no cantaban su canción de la mañana.
Descubrí
qué era un precipicio para al segundo caer en él, el vacío era el
mejor camino si ya nunca más nuestros destinos, volverían a
coincidir.
Más
de un año hace ya de eso.
Tú
cama hace mucho que no se infectaba de mi saliva.
Mis
brazos hacía mucho tiempo que no te acariciaban en un ambiente
nocturno.
Tus
ropas ya no recordaban que era adaptarse a mi piel cuando las usaba
de pijama.
Pero
todo ha cambiado y con ello la naturaleza de las cosas, y a pesar de
todo, nunca he aprendido a despedirme de ti.
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