jueves, 9 de enero de 2014

De nuevo apareces

Lúgubre, se encuentra mi lecho, al ver que pasa de nuevo otro año en el que tu cuerpo no ocupa el espacio que compartíamos juntos en el colchón.

Embriagadas que estuvieron mis sábanas de ti un día, en los que necesitaban tu elixir frecuentemente, pero la sobriedad que provocaste al irte las dejó en síndrome de abstinencia.

Las horas del placer de dormir juntos pasaron a polvos rápidos y a irnos, como si huyéramos de algo.

Huyes de mis ganas de querer pasar tiempo contigo.
Huyes de la posible idea de pensar que podríamos estar juntos.

Pero no escapas de mis labios cuando estás cerca, sino que los buscas.
Cacheas, palpas, exploras cada centímetro de mí para reconocer el cuerpo que algún día con frecuencia tocabas y que sigues conociéndolo igual de bien que entonces.
Reconoces la suavidad del tacto de mi piel, la textura del piercing de mis labios, y el encaje perfecto de nuestras bocas, que siempre lo fue.

Pero llegas y desapareces, lo justo para saber que sigo siendo yo y que aún no has encontrado a nadie mejor que me reemplace, y lo necesario para no volver a equivocarnos convirtiéndonos de nuevo en una pareja que no se entiende.

Por el miedo a equivocarte es utópica la idea de verte dos veces al mes.
Por el miedo a que de nuevo haya alguna lágrima en los rostros, a que tu tiempo de oro sea de nuevo compartido con alguien más, a que tu cama no me vuelva a echar de menos.

Por todas las parejas que terminan su relación y siguen viéndose.


“Hoy te puedes conformar con un polvo y nada más”.

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