Me siento mal.
Me tumbo en la cama, me tapo con la
sábana como si ésta me fuese a curar.
Empiezo a sudar, la retiro con agobio
de mi cuerpo.
Empiezo a buscar diferentes formas de
acomodarme, pero no la encuentro.
Me incorporo sobre el borde de la cama.
“¿Cojo el agua o no la cojo?.-No sé
como me sentará”.
No la cojo.
Súbitamente me da un vuelvo el
estómago.
Vomito, sin darme tiempo a reaccionar.
Vomito dolor, rabia, llanto,
enfermedad.
Las hendiduras que provocaste en mi
cuerpo
provocaron un desajuste que jamás se
arreglará.
Me siento miserable. Rota. Frágil.
Le pego a la cama y la culpo de que ya
no estás.
Me sigo provocando vomitar una vez más,
vaciándome de contenido ileso,
de recuerdos, de momentos,
de besos que jamás volverán.
Vomito los estupidos sentimientos que
me hiciste sentir
ya que los vuelvo a revivir cada día
imaginándomelos,
y ésto solo me hacen daño,
así que me ha tocado odiarlos y
vomitarlos para volver a vivir.
Vomito todas las palabras bonitas que
me dejabas escritas antes de acostarte,
los te quiero ya olvidados,
los cuentos que hubieran querido que
fueran inacabados,
pero un día terminarlo decidiste.