Hoy los lagrimales del ojo me gritan
que no los moje de agua salada esta vez.
Que escuece ya la sal en las heridas
que aún se están cicatrizando.
Y mira que estoy controlándome para
evitarlo, pero sin querer, el orificio se va llenando hasta expulsar
la lágrima, despacio.
Derramándolas de nuevo en las heridas
que no se han cerrado.
Suplicándome que no vuelva a hacerlo
más, que por qué presiono para mantener esta llama que hace tanto
se ha apagado.
Que no veo todo el tiempo que su
desinterés me ha demostrado.
Que no observo las costuras que cierran
mi piel del tiempo en que me estuve recuperando de su dejadez.
Que aún así, como puedo creer en él,
si nunca se dio la vuelta para darme la mano, si nunca me recogió
del camino cuando fui pisada por tanques de sus actos.
Que aún así, siempre fui detrás de
él, suplicándole volver, suplicándole que me dejara agarrarme a su
brazo.
Y que como, tras abandonarme tanto,
seguía necesitándolo a mi lado. Como deseaba seguir dándole un
abrazo, como seguir con mis manos, el trazado de sus labios antes de
besarnos.
Y como entre toda esta guerra de
conflictos donde fui matada varias veces, sigo volviendo al campo,
siendo consciente de mi estado y de que me tocará perder otra vez.
Que como habiéndome grabado la derrota
en fuego, seguía luchando.
Luchando por algo que ni siquiera sé
si existe, reavivando algo que no sé si tiene vida, provocándome
una vez más mi propia muerte.
Cuando algún sentimiento nace de la guerra, la guerra es lo único que conoce. Hay que firmar la paz a veces con uno mismo
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