Los puntos suspensivos dieron paso al
punto final.
Sabíamos que ocurriría, sabía que
tenía que hacerlo.
Siempre dejaba la puerta entreabierta
por si te apetecía volver.
Tus idas y venidas revolvían lo habido
y por haber, provocando el desorden en tormentas.
Quería que te quedaras en mi vida.
Querías la libertad suprema de quererme
y desquererme cuando quisieras, y mi integridad tenía un límite.
Así que te rechazaba con el miedo de
que volvieras a hacerme daño, porque nunca te quedabas del todo.
Nunca entendí que tu miedo al
compromiso fuera tan superior a quererme.
Para mí, nada era más superior que
quererte.
Y ahí estaba yo de nuevo, declarándote
mis sentimientos en el post-reencuentro, sin provocar una reacción
verbal alguna en ti. Provocándome de nuevo la histeria interna a causa de tu indiferencia. Dejándote claro que esto jamás volverá a ocurrir.
Pero no nos lo creemos, ninguno.
Pero no nos lo creemos, ninguno.
Porque sabes que siempre puedes volver
y que nunca opongo resistencia.
Desgastando el papel de borrar ya los
numerosos puntos y a parte de esta historia, para cambiarlos a puntos
seguidos.
Así que ya lo sabes, se acabó. Pero
solo hasta que quieras dar la vuelta.
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