miércoles, 14 de agosto de 2013

Heridas de guerra

Vienes cegado por tu seguridad suprema con paso decidido y amplio.
Te miro con la forma en que suelo mirarte. Mezcla de deseo y vergüenza, la que me provocas por cuanto me impone tu seguridad, que al lado de la mía es una trinchera impenetrable que parece que nunca va a perder el equilibrio.

Te acercas a mí, un solo milímetro separa tu boca de la mía, pero no me besas, este es tu juego. Me embaucas a medias, acrecentando mi deseo.

Acercas tu mano, y rozas con tu dedo índice la comisura de mis labios, provocando un hormigueo corporal que se prepara para el impulso de besarte, pero lo controlo. Este es tu juego, tus normas. Me controlo hasta el siguiente paso que quieras dar.

Sigo inmóvil, esperando tu siguiente obra maestra.
Tu dedo índice sigue repasando esta vez mi cuello y mis oídos, pasando por los hombros, donde sutilmente bajas la camisa.

Tu sonrisa implica deseo y que sabes que me está encantado, que me has hipnotizado.

Me besas el cuello y el hombro de una manera tan sutil que cierro los ojos con disimulo por el gusto.

Me llevas hasta el sillón, tumbándome para seguir tu juego, presa de tus normas.

Me dejas sin ropa en un suspiro, pasando a los gemidos que me produces al tocarme.

Lo haces tan bien que es imposible quejarse.

Sin darme cuenta terminas tu juego de seducción, y me encuentro bañada en sudores y líquidos producidos por la excitación.

- Me ha encantado.
- Lo sé.

Terminas dispuesto a vestirte y salir corriendo, pero es algo a lo que estoy acostumbrada.
Aquí espero a que vengas de nuevo cuando quieras sin decirme fecha a que vuelvas a dejarme heridas de guerra en el combate de los cuerpos.

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