Se levantaba cada
día despertando de sus sueños, del sueño que querría tener como vida algún día,
del sueño de no vivir esa realidad que detestaba.
Así que lo mejor
del día era la noche, cuando podía imaginarse donde quería, en otro país
diferente, haciendo lo que ahora no hacía.
Pero solo sonaba.
Nunca decidió embarcarse a hacerlo realidad.
Nunca hizo
ninguna acción para acercarse, y sabía que solo imaginándolo no iba a llegar.
Pero estaba
comida de miedos, de sonar con hogares que quizás no fueran más acogedores que
en el que estaba.
Le comía el miedo
al riesgo, a perder.
Siempre pensaba
que todo consistía en perder. Cuando cualquier paso debía implicar logro por
muy grande que fuera el hoyo en el que pudiera caer, siempre podría seguir
dando pasos, y algún día llegaría a esa vida que querría realmente tener.
Pero ella
prefería seguir detestando su vida y volver a desear que llegara otra vez la
noche, para soñar, con ese otro lugar, de nuevo.